El dólar estadounidense es sin duda uno de los factores que ha contribuido al poder y la influencia de Estados Unidos en el mundo, pero no el único ni el principal. La historia del dólar como moneda de referencia internacional se remonta a los acuerdos de Bretton Woods de 1944, cuando se estableció un sistema monetario basado en el patrón oro-dólar. Desde entonces, esta divisa ha sido la más utilizada para el comercio, las reservas y las finanzas internacionales, lo que le ha otorgado a Estados Unidos una ventaja económica y política sobre otros países.
Sin embargo, el dominio del dólar no se explica solo por su papel monetario sino también por la fortaleza, la creatividad y la innovación de la economía estadounidense, que ha liderado sectores clave como la industria, la tecnología, la ciencia, la educación y la cultura. Además, Estados Unidos ha ejercido su influencia a través de su poder militar, su diplomacia, sus alianzas y su participación en organismos multilaterales. Por tanto, el dólar es, más bien, un reflejo del poder estadounidense que su causa.
No obstante, el mundo actual es más complejo y multipolar que el de hace unas décadas. El dólar se enfrenta a nuevos desafíos y competidores. Por un lado, la crisis económica y las tensiones geopolíticas han debilitado la confianza en el billete “verde” y han impulsado la búsqueda de alternativas por parte de algunos países, especialmente los emergentes como China, India, Brasil y Rusia. Por otro lado, el surgimiento de nuevas tecnologías financieras, como las criptomonedas y los sistemas de pago digitales, plantean nuevos escenarios y oportunidades para la diversificación monetaria.
La desdolarización de la economía mundial es un tema complejo y con múltiples implicaciones. No hay una respuesta definitiva a cómo afectaría a la economía estadounidense y su liderazgo global.
En primer lugar, hay que tener en cuenta que la desdolarización no implica necesariamente el abandono total del dólar como moneda de referencia, sino más bien una mayor diversificación de las monedas utilizadas en el comercio, las finanzas y las reservas internacionales; lo que podría tener efectos positivos y negativos para Estados Unidos.
Por un lado, Estados Unidos podría reducir la demanda de dólares y aumentar la competencia de otras monedas, debilitando el valor del dólar y encareciendo las importaciones. En ese contexto, podría disminuir la influencia estadounidense en el sistema financiero internacional y limitar su capacidad de imponer sanciones a otros países.
Por otro lado, el proceso de desdolarizar la economía global podría aliviar la presión sobre Estados Unidos de mantener el déficit por cuenta corriente y financiar el gasto público con deuda externa. Podría incentivar la innovación y la competitividad de la economía fomentando una mayor cooperación multilateral con otros países.
En segundo lugar, hay que considerar que la desdolarización no depende solo de la voluntad política de algunos países, sino también de las condiciones económicas y financieras globales. La divisa estadounidense sigue siendo la moneda más líquida, segura y aceptada en el mundo y ofrece una amplia gama de activos financieros para los inversores. Además, se beneficia de la inercia histórica y de la red de efectos que genera su uso generalizado.
Por tanto, la desdolarización no sería un proceso rápido ni fácil, sino gradual y contingente. Este proceso depende de la capacidad de otras monedas, como el euro, el yuan o las criptomonedas, de ofrecer ventajas comparativas al billete “verde”, y de la evolución de la economía y la política estadounidenses.
Los países que lideran el proceso “desdolarizador” son los que forman el bloque de economías emergentes: los llamados BRICS+ (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Egipto, Irán, Etiopía y Argentina), que promueven la reducción de la dependencia del dólar estadounidense por el uso de monedas locales para las transacciones comerciales y las reservas internacionales.
Otros países de América Latina como Argentina, Bolivia y Perú han logrado disminuir el grado de dolarización de sus economías en los últimos años. La India ha renunciado al uso del dólar en el comercio con los Emiratos Árabes Unidos.
Estos países buscan así diversificar sus fuentes de financiamiento, protegerse de las fluctuaciones del dólar y las sanciones de Estados Unidos, aumentar su autonomía y soberanía monetaria.
Algunos analistas sostienen que la desdolarización es una tendencia inevitable que refleja el cambio de poder económico hacia países emergentes como los BRICS+, que buscan mayor autonomía e influencia en el comercio y las finanzas internacionales. Según esta perspectiva, la reducción de la dependencia de la divisa no implica necesariamente una confrontación violenta con Estados Unidos, sino una adaptación a una realidad más multipolar y diversa, donde el dólar seguirá siendo importante, pero no dominante. Visión que se basa en el argumento de que el sistema monetario internacional actual es inestable e injusto porque beneficia a Estados Unidos a costa de otros países que sufren las consecuencias de su política monetaria y fiscal, así como sanciones y presiones geopolíticas.
Otros expertos advierten que la desdolarización puede ser una amenaza para la estabilidad y la paz mundial porque conlleva a desafiar el liderazgo y la hegemonía de Estados Unidos, que podría reaccionar de forma agresiva para defender sus intereses y su posición. Según este grupo de analistas, este proceso puede generar tensiones y conflictos entre las potencias emergentes y las establecidas, así como entre aliados y rivales de Estados Unidos, que podrían verse obligados a tomar partido. Este escenario se fundamenta en que el dólar es un factor de cohesión y cooperación entre los países, un facilitador del comercio y la inversión, que proporciona un refugio seguro y una reserva de valor en tiempos de crisis.
La desdolarización de la economía mundial es un proceso complejo y dinámico, que puede tener diferentes consecuencias dependiendo de cómo se desarrolle y de cómo reaccionen los actores involucrados. No se puede descartar la posibilidad de una guerra global convencional, pero tampoco se puede afirmar con certeza que sea inevitable. Lo que sí parece claro es que el dólar enfrenta una competencia creciente y que el sistema monetario internacional está en transición hacia un escenario más incierto y diverso.
La retirada del dólar podría afectar a la capacidad de Estados Unidos de imponer sanciones internacionales de varias maneras. Por un lado, podría reducir el alcance y su efectividad debido a que las naciones y las empresas podrían utilizar otras monedas o mecanismos de pago para eludir las restricciones impuestas.
Por ejemplo, Rusia y China han desarrollado sistemas alternativos al SWIFT, que es el sistema de mensajería financiera internacional que utiliza el dólar como moneda de referencia. También han aumentado el uso de sus monedas locales para el comercio bilateral, lo que reduce su exposición al dólar y a las sanciones estadounidenses.
En este sentido, la disminución del uso del dólar en las operaciones comerciales podría generar una reacción negativa de otros países y actores internacionales, que podrían cuestionar el papel de Estados Unidos como líder mundial y buscar una mayor cooperación multilateral. Así, se limitaría la capacidad del gobierno norteamericano de imponer sanciones de forma unilateral, de obligar a negociar con sus aliados y rivales para lograr sus objetivos en política exterior.
¿Qué pasará con los países endeudados en dólares?
La renuncia o disminución del uso del dólar podría tener diferentes efectos sobre los países que tienen deuda en dólares, dependiendo de varios factores, como el nivel y la composición de la deuda, el tipo de cambio, la inflación, el crecimiento económico y la confianza de los inversores.
Si el proceso de desdolarizar la economía global implica una depreciación del dólar frente a otras monedas, los países que tienen deuda en dólares podrían beneficiarse de una reducción del valor real de su deuda, lo que aliviaría su carga financiera y fiscal. Sin embargo, esto también podría generar presiones inflacionarias, ya que las importaciones encarecerían y podrían afectar negativamente a la competitividad de las exportaciones.
Si la retirada del dólar implica una apreciación del dólar frente a otras monedas, los países que tienen deuda en dólares podrían enfrentarse a un aumento del valor real de su deuda, lo que dificultará su servicio y su sostenibilidad. Esto podría provocar una crisis de deuda soberana, una fuga de capitales, una caída de la actividad económica y una pérdida de credibilidad.
Si este proceso implica una mayor diversificación de las monedas utilizadas para emitir y financiar la deuda, los países que tienen deuda en dólares podrían aprovechar la oportunidad para reducir su dependencia del dólar y aumentar su autonomía y soberanía monetaria. Esto podría mejorar su capacidad de manejar los choques externos, de implementar políticas monetarias más flexibles y de acceder a fuentes de financiamiento más estables y diversificadas.
La probabilidad de una guerra global es una cuestión difícil de responder con precisión, ya que depende de muchos factores y escenarios posibles. Sin embargo, algunos expertos han intentado hacer estimaciones basadas en el análisis de las tensiones geopolíticas, los conflictos regionales, las capacidades militares, las alianzas estratégicas y los riesgos nucleares.
Según un artículo de la revista The Week, la probabilidad de que seamos testigos de una guerra mundial es la más baja existente en las últimas décadas, ya que las potencias mundiales tienen más incentivos para cooperar que para confrontarse, y porque el costo y el horror de una guerra nuclear disuaden a cualquier actor racional de iniciarla. El autor sostiene que las razones por las que no estallará una tercera guerra mundial son:
Sin embargo, otros expertos son más pesimistas y advierten que la probabilidad de una guerra mundial ha aumentado en los últimos años, debido al aumento de las rivalidades y las amenazas entre las principales potencias, especialmente entre Estados Unidos, China y Rusia. Según el inversor y filántropo Ray Dalio, las posibilidades de pasar de conflictos contenidos a una guerra mundial más descontrolada que incluya a las principales potencias han aumentado de aproximadamente un 35% a aproximadamente un 50% en los últimos dos años.
El autor argumenta que las razones por las que podría desencadenarse una guerra mundial son:
Además, algunos expertos han hecho predicciones sobre la probabilidad de una guerra nuclear, que sería el escenario más catastrófico de una guerra mundial. Según un artículo de ABC, las estimaciones oscilan entre el 10 y el 20 por ciento, el 16,8 por ciento o incluso entre el 20 y el 25 por ciento; en base a The Brookings Institution, una organización de políticas públicas sin fines de lucro con sede en Washington, D.C. Estas predicciones se basan en el análisis de los arsenales nucleares, las doctrinas de uso, los sistemas de alerta y de control, los escenarios de crisis, los factores humanos y técnicos que podrían provocar un ataque nuclear accidental o intencionado.
Las consecuencias de un conflicto global son difíciles de predecir, pero sin duda serían devastadoras para la humanidad y el planeta, que podrían variar según la intensidad, la duración, la extensión y el tipo de guerra.
Habrían millones de muertos y heridos, tanto civiles como militares, por el uso de armas convencionales, nucleares, químicas o biológicas. Además, muchas personas sufrirían las secuelas de la radiación, la contaminación, las enfermedades y el trauma psicológico.
Desplazamiento masivo de poblaciones, que tendrían que huir de las zonas de conflicto, buscando refugio en otros países o regiones. Esto generaría problemas de seguridad, salud, alimentación, vivienda y derechos humanos para los refugiados y los países receptores.
Se generaría un colapso económico y social, debido a la destrucción de infraestructuras, industrias, comercio, servicios y recursos naturales. La producción y el consumo se verían gravemente afectados, provocando escasez, inflación, desempleo, pobreza y desigualdad. También se perderían avances científicos, culturales y educativos.
Los sobrevivientes sufrirían una crisis ambiental y climática, causada por la emisión de gases de efecto invernadero, el aumento de la temperatura, la alteración de los ciclos naturales, la pérdida de biodiversidad, la deforestación, la desertificación, la erosión, la acidificación de los océanos y la contaminación del aire, el agua y el suelo.
Se producirían conflictos políticos y sociales, derivados de la inestabilidad, el caos, la violencia, el terrorismo, el nacionalismo, el extremismo, el autoritarismo, el populismo, la xenofobia, el racismo y la intolerancia. Se debilitarían las instituciones democráticas, los derechos humanos, el estado de derecho y la cooperación internacional.
Las posibilidades hacia una escalada nuclear depende de muchos factores; como la voluntad política, la presión internacional, la percepción de la amenaza, la capacidad de disuasión, la doctrina militar, la moral de las tropas, la opinión pública, etc.
Una señal podría ser el uso de armas químicas o biológicas por parte de uno de los bandos, lo que supondría una violación de las normas internacionales y una amenaza para la seguridad global. Esto podría provocar una respuesta nuclear por parte del otro bando, o al menos una advertencia de que se reserva el derecho de hacerlo. Un ejemplo histórico de este tipo de situación fue la crisis de los misiles de Cuba en 1962, cuando la Unión Soviética instaló misiles nucleares en la isla, lo que llevó a Estados Unidos a imponer un bloqueo naval y a exigir su retirada, bajo la amenaza de una guerra nuclear.
Otra señal podría ser el lanzamiento de un ataque preventivo o de un primer golpe por parte de uno de los bandos, con el objetivo de destruir o debilitar las capacidades nucleares del otro; lo que podría desencadenar una represalia nuclear por parte del bando atacado, o al menos una alerta máxima de sus fuerzas nucleares. Un ejemplo hipotético de este tipo de situación sería un ataque de Israel contra las instalaciones nucleares de Irán, lo que podría provocar una reacción de Irán o de sus aliados, como Rusia o China.
Otra señal podría ser el colapso o la desintegración de uno de los bandos, lo que podría generar una situación de caos, inestabilidad, violencia o terrorismo, y poner en riesgo el control o la seguridad de sus armas nucleares. Esto podría motivar una intervención nuclear por parte del otro bando, o al menos una operación de rescate o de desarme. Un ejemplo potencial de este tipo de situación sería una guerra civil o un golpe de Estado en Corea del Norte, lo que podría suponer una amenaza para Corea del Sur, Japón o Estados Unidos.
Estos son solo algunos ejemplos de posibles señales de guerra nuclear, pero hay muchas otras posibilidades y combinaciones. Lo más importante es que se evite llegar a ese punto, y que se promueva el diálogo, la cooperación, la diplomacia y el desarme, para reducir el riesgo de una catástrofe nuclear. Como dijo el secretario general de la ONU, António Guterres, "nos enfrentamos al mayor nivel de riesgo nuclear en casi cuatro décadas". Por eso, es necesario que se prohíban los ensayos nucleares, se cumpla el Tratado de No Proliferación y se avance hacia un mundo libre de armas nucleares.
Actualmente, hay nueve países que poseen armas nucleares. Estos son: Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia, China, India, Pakistán, Israel y Corea del Norte.
Entre todos ellos, hay dos que concentran cerca del 92% del armamento nuclear que existe en el mundo: Rusia y EE.UU. Estos dos países son también los únicos que tienen más de mil ojivas nucleares desplegadas, es decir, listas para ser usadas.
Los otros siete países tienen menos de 300 ojivas nucleares cada uno, y algunos de ellos no han confirmado oficialmente su posesión de armas nucleares, como Israel y Corea del Norte.
En un mundo marcado por la complejidad geopolítica y económica, la desdolarización emerge como un fenómeno dinámico con múltiples facetas. Si bien la transición hacia una mayor diversificación monetaria plantea desafíos significativos para Estados Unidos, también podría ofrecer oportunidades para la innovación y la cooperación multilateral.
El liderazgo de las economías emergentes en este proceso refleja la búsqueda de autonomía y soberanía. Sin embargo, la incertidumbre sobre cómo se desarrollará este cambio y las posibles respuestas de las potencias establecidas hacen que el futuro sea aún más impredecible.
La desdolarización es un tema complejo con ramificaciones profundas, desde el ámbito económico hasta las relaciones internacionales, y su impacto eventual dependerá en gran medida de cómo los actores globales gestionen este proceso en constante evolución.